Mal comienzo, buen final
El siglo XIX empezó con mal pie para la Universidad de Oviedo y acabó con un protagonismo importante de la misma en el ámbito español.
La guerra contra los franceses
La guerra contra los franceses afectó gravemente, a partir de 1808, a la institución académica ovetense. Durante una parte de este periodo, se suspendieron las clases, el edificio fue saqueado, se perdieron mobiliario y menaje y, sobre todo, quedó dañada la biblioteca, de la que desaparecieron los libros más valiosos y un excepcional monetario, que había sido propiedad de la Compañía de Jesús y había estado custodiado en su ovetense Colegio de San Matías hasta la expulsión de los jesuitas en 1767. A la grave pérdida de una parte importante de los bienes de la universidad, a causa de los acontecimientos bélicos, se añadió una mala administración de los caudales y propiedades de la institución. Por esa razón, el centro docente entra en un prolongado periodo de decadencia, acentuado por las disposiciones absolutistas dictadas por Fernando VII, quien consideraba que la Universidad de Oviedo era un centro peligroso porque en ella se impartían doctrinas contrarias a la monarquía y a la religión católica.
La universidad liberal
El fin del Antiguo Régimen y la implantación de las doctrinas liberales en España supusieron un cambio notable en la universidad española. La entrada en vigor, en el año 1845, de la nueva ley de enseñanza, conocida como Plan Pidal, dado que el entonces ministro de Gobernación era el asturiano Pedro José Pidal, primer marqués de Pidal, entrañó una reforma notable de las universidades. Se crearon nuevas facultades, se modernizaron otras, se potenciaron los estudios científicos y se tomaron medidas de distinta naturaleza, que hicieron más flexibles las instituciones de enseñanza.
En Oviedo, comienzan a cultivarse con más intensidad las disciplinas científicas, en íntima unión con las cátedras que impartían estudios de esta naturaleza en la Sociedad Económica de Amigos del País de Oviedo, y se crean los Gabinetes de Física, de Química y de Historia Natural, además de un Jardín Botánico importante, sin olvidar de la torre-observatorio construida algunos años más tarde por el rector León Salmeán y levantada en el lugar que ocupaba la antigua espadaña de la capilla universitaria. Aunque estos primeros estudios científicos instaurados a mediados del siglo XIX pronto quedaron suspendidos, los citados gabinetes y el observatorio siguieron desarrollando sus actividades y fueron el germen para que en los años finales del siglo los estudios de Ciencias quedasen definitivamente implantados en Oviedo. Después de la supresión de la Facultad de Teología y hasta la creación de la Sección de Ciencias en 1895, convertida en facultad en 1904, la única facultad existente como tal en Oviedo era la de Derecho, ya que la de Filosofía y Letras no impartía las enseñanzas completas y, en la práctica, las asignaturas cursadas en ella servían de disciplinas introductorias para la licenciatura en Derecho.
El grupo de Oviedo y la extensión universitaria
Con esa sola facultad, la universidad ovetense se hizo famosa en todo el país. En ella nació en los últimos años del siglo XIX un movimiento cultural y de renovación pedagógica de gran aliento, promovido por un claustro de profesores en cuya formación influyeron notablemente las ideas krausistas, inspiradoras de los principios pedagógicos vigentes en la Institución Libre de Enseñanza, fundada por Francisco Giner de los Ríos, sin olvidar elementos ideológicos de carácter regionalista y conservador. Los nombres más destacados fueron Leopoldo García Alas -Clarín-, Aniceto Sela y Sampil, Adolfo González Posada, Adolfo Álvarez Buylla, el alicantino Rafael Altamira y Crevea, Fermín Canella y Secades, Félix Aramburu, Víctor Díaz Ordóñez, Justo Álvarez Amandi, Guillermo Estrada y Rogelio Jove. Estos prohombres querían poner en práctica las nuevas ideas emanadas de la Institución Libre de Enseñanza. Estas ideas no solo se limitaban a la utilización de nuevos métodos pedagógicos dentro de la propia entidad académica, sino que pretendían, entre otras innovaciones, que la enseñanza saliese de los muros universitarios y se difundiese entre las capas más humildes de la población.
Esta doctrina, con su mensaje de cultura popular extendida a todas las clases sociales, que recibió el nombre de Extensión Universitaria, junto con un neohispanoamericanismo cultural de base histórica, son las notas dominantes del movimiento de renovación pedagógica que se desarrolló en la Universidad de Oviedo a finales del siglo XIX. El grupo de Oviedo, como se denominó a este conjunto de profesores renovadores, tuvo un eco enorme en ámbitos nacionales e internacionales, suscitando la admiración y elogio unánimes por su valentía a la hora de poner en práctica ideas tan innovadoras frente a la incuria cultural del país. La repercusión social de este fenómeno fue enorme, no solo en Asturias, sino en toda España, y esa modalidad de enseñanza popular se difundió rápidamente entre varias universidades del país, llegando su eco a las universidades de la América hispana.
Aunque algunas de esas grandes figuras de la Universidad de Oviedo se murieron pronto y otras se fueron a Madrid, por lo que puede decirse que el movimiento se enfrió a partir de 1910, nuestra universidad siguió gozando, a pesar de su pequeño tamaño, de notable prestigio en toda España, afianzado por la presencia cada vez más notable de la Facultad de Ciencias. En tiempos de la Segunda República, el centro ovetense seguía contando en su claustro con ilustres profesores en los ámbitos jurídicos, científicos y humanísticos y estaba dirigido por el rector Leopoldo Alas Argüelles, hijo de Clarín, el célebre escritor.